[CRÍTICA: “LOS INDOMABLES” DE TITO CATACORA Y “EL CORAZÓN DEL LOBO” DE FRANCISCO LOMBARDI]
- Gonzalo "Sayo" Hurtado
- 2 oct
- 6 Min. de lectura
Actualizado: 3 oct
Cuando va siendo cada vez más recurrente que el cine peruano tiene presencia en la cartelera comercial, toca revisar el caso de 2 producciones que tocan momentos álgidos de la historia peruana con ópticas muy disímiles y en contextos bélicos.

“LOS INDOMABLES” de Tito Catacora: La tarea que empezó el desaparecido director Óscar Catacora desde la inolvidable “Wiñaypacha” (2017), ha tenido una estela que mantiene vigente su legado a través de su otrora productor Tito Catacora, quien asumió la dirección de los siguientes proyectos como el documental “Pakucha” (fotografiado por el mismo Óscar) y ficciones como “Yana-Wara” (2023) –escrita y dirigida parcialmente por Óscar- y el título presente, guión de un largo proyecto que, finalmente, ve la luz.

La obra de los Catacora –en general-, sensible, profundamente analítica y cuestionadora de su propio terruño, encuentra en “Los indomables” a una película incómoda y que causa escozor al espectador por el arrebato furibundo de su hechura. Ambientada en las alturas cuzqueñas en 1781, la historia complementa la gesta rebelde de Túpac Amaru II y como, tras su ejecución, otros líderes indígenas como Sapa Inca continuaron con la lucha contra los españoles.
De arranque es bueno establecer que, si bien la película acusa falencias presupuestales en el propósito de alcanzar una dimensión épica de los hechos, también es cierto que Tito Catacora ha hecho grandes esfuerzos para menguar ese aspecto desde decisiones que involucran al punto de vista desde donde cuenta la historia. “Los indomables” se reparte entre momentos de toma de decisiones fundamentales, negociaciones, tácticas y, por supuesto, escaramuzas y batallas. El ritmo de la película, irregular por momentos y con un manifiesto deseo de dilatar el tiempo ante decisiones narrativas y de corte de edición que podemos criticar, tiene un elemento que la hace diferente y particular versus otras obras peruanas de larga recordación como el “Túpac Amaru” (1984) de Federico García, y más aún, cuando el protagonista de aquel título, Reynaldo Arenas, tiene una aparición puntual aquí.

Si la película que la precede alcanzó gran repercusión desde la imagen icónica de un personaje fundamental en la historia colonial del continente, no podemos negar que, a pesar del excelente desempeño de Arenas al caracterizarlo, esa producción pecaba de una solemnidad que terminaba por convertirla en una estampa patriótica con una dimensión única. En el caso de “Los indomables”, ese molde se rompe por completo al no ocultar en absoluto el carácter bárbaro y desbocado de huestes que, en medio de una insurrección armada, no solo llegan al heroísmo y a la gesta reivindicadora de un pueblo en armas, también da lugar a momentos de salvaje ira, crimen y descontrol absoluto, aspecto presente en casi todas las guerras y que pocos se atreven a mostrar con tan punzante visceralidad. Y ojo, esos momentos de insania y locura de masas no son presentados con un afán celebratorio, todo lo contrario, son la prueba palpable de una mirada que no teme mostrar a realistas y rebeldes en un mismo horizonte de crueldad (aunque también se manifieste con exageración a través de un personaje tan grotesco como el General Patricio que compone Francisco F. Torres).
Esa mirada que desromantiza la insurrección se convierte entonces en un eco del descontento actual que continúa en el ande peruano y que ha renacido en la coyuntura política más reciente, haciendo notar que hay una desigualdad estructural que, al paso de los siglos, mantiene viva una desconformidad que más que ser señalada, es importante entender. Este aspecto no es casual ni caprichoso: ya desde “Yana-Wara”, a los Catacora no les temblaba la mano al momento de hacer una autocrítica a aspectos incómodos del entorno andino que les es más próximo. Probablemente, “Los indomables” desde su condición incorrecta no llegue a cuajar por completo en el conjunto de obras anteriores de este director, pero resulta fundamental el verla para entender la realidad contemporánea al retraerla desde la época colonial.
Del lado de las actuaciones, resulta muy destacable el trabajo de Maribet Berrocal como Gregoria Apaza, mujer del insurrecto Sapa Inca, quien a pesar de ser una debutante en este oficio se desempeña de manera bastante natural gracias al buen trabajo de una experimentada coach como la actriz Sylvia Majo.

“EL CORAZÓN DEL LOBO” de Francisco Lombardi: El recuerdo de un clásico latinoamericano como “La boca del lobo” (1988), con gran éxito de público y crítica en su momento (ganó un premio en el Festival de San Sebastián), despertó iras santas en algunos por tener un punto de vista en el que la presencia de los terroristas es solamente sugerida, además de mostrar el abuso criminal de las fuerzas armadas, lo que creó un ambiente hostil que se fue diluyendo al revelarse que se trataba de una historia basada en hechos reales como la masacre de Socos, cuando miembros de la Guardia Civil en estado de ebriedad, asesinaron a 32 miembros de una comunidad campesina de Ayacucho en 1983.
“El corazón del lobo”, escrita al alimón con su antiguo colaborador, Augusto Cabada, es la contraparte de la película de 1988, centrándose esta vez en la captura y adoctrinamiento de Aquiles (Víctor Acurio), un niño proveniente de una comunidad Ashaninka y que es reclutado a la fuerza por Sendero Luminoso. La historia, que sigue al detalle lo que ocurre en los 10 años siguientes, nos muestra la férrea resistencia emocional del chico frente a la terrible realidad que le toca vivir y que lo coloca en un limbo entre esa atmósfera de terror y el mundo que no ha llegado a conocer.
El tono de la película, que reviste una gran crudeza frente al proceso de entrenamiento de Aquiles como senderista en ciernes, tiene una marcada diferencia frente a su predecesora, ya que “La boca del lobo” lograba entrar al terreno del suspenso y del terror psicológico al mostrar la progresiva descomposición moral del grupo de militares ante un futuro incierto al enfrentarse a un enemigo invisible. “El corazón del lobo”, en cambio, tiene una intensidad más reposada al ser una historia de seguimiento en el tiempo y que reposa en la suerte de un solo sujeto (que tiene más fuerza en la versión infantil del muchacho).

Lo que aflora aquí es una pulsión de supervivencia que el protagonista asimila para crear una doble vida: por un lado, hacerse útil como rastreador del grupo al conocer a la perfección desde niño el teatro de operaciones, y por otro, el conservar la parte más íntima de sus recuerdos familiares con la esperanza de huir en algún momento. Pese a ello, la prédica senderista ingresa a él y toma posesión de una parte de su psiquis al interpretar una sociedad que se le exige cambiar, pero que hasta ese momento no ha llegado a conocer. Es en esta parte del cautiverio que el ambiente puede encontrar semejanzas con el tramo final de “Los gritos del silencio” (1984) de Roland Joffé, al emparentarse la prédica fundamentalista de SL con la de los Khmer Rouge de Camboya.

Después de muchos años en los que las producciones de Francisco Lombardi dejaron de contar con presupuestos onerosos como en su mejor etapa entre los 80s y 90s y en la que gozaba de ayudas del exterior, el director se vio obligado a replantear su cine hacia un ejercicio intimista que le permitiera esquivar una notoria falta de recursos económicos. En esta oportunidad, es evidente que Lombardi se mueve con más comodidad al sacar su historia del encierro obligado y a moverse con mayor libertad narrativa. Sin ser descollante, “El corazón del lobo” se muestra como una producción correcta y con oficio, aunque acusa cierta frialdad, que es un rasgo recurrente en el estilo de este cineasta, al no contar con un despliegue dramático capaz de llevar a sus personajes a tonos que ronden el límite de sus psicologías (el uso reiterado de la voz en off le resta fuerza). Aun así, retrata un episodio nefasto de nuestra historia al que es necesario acercarse y eso se saluda con esta producción.


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