[CRÍTICA: "Killers of the Flower Moon" de Martin Scorsese]
- Gonzalo "Sayo" Hurtado
- 17 oct 2023
- 5 Min. de lectura
Actualizado: 18 oct 2023
Presentado este año en el Festival de Cannes y a punto de ingresar a salas, este nuevo drama del famoso director ítalo americano, si bien no llega a la genialidad de sus grandes clásicos, tiene valores suficientes para ser considerado como el estreno más atractivo en lo que va del año en nuestra alicaída cartelera.

La primera impresión que deja "Killers of the Flower Moon" es el sabor contextual de algunas de las primeras películas de Martin Scorsese como "Boxcar Bertha" (1972), una aventura por los campos de Arkansas con David Carradine y Barbara Hershey como un par de buscavidas en plena crisis por la Gran Depresión y con el trasfondo de la música bluegrass que también domina en su última obra. De aquel film, con vocación de ejercicio clase "B" -producido por Roger Corman- y con intención de enternecer al público popular (de hecho, fue un gran fracaso de taquilla), le quedó el consejo de su gran amigo John Cassavetes, quien le hizo saber que él "era mejor que la gente que hacía ese tipo de producciones y que intentara hacer algo diferente".

51 años después de aquel episodio, al buen Martin solo le bastó moverse a las aledañas tierras de Oklahoma para tomar el bestseller homónimo de David Grann y acercarse a ese ambiente convulso y caótico que tanto lo apasiona, pero con una mirada que al paso de los años lo lleva más a la reflexión que a las aventuras palomeras (fue contundente su postura respecto al cine de superhéroes). Si en más de una ocasión, Hollywood le negó el Oscar a Mejor Director por películas fundamentales para dárselo luego a manera de compensación por "Los Infiltrados" (2006), es imposible olvidar cuando en la ceremonia de 1991, "Goodfellas" perdió ante una cinta concesiva y de pura reivindicación con minorías como el western "Danza con lobos". Ahora, Scorsese regresa para demostrar que a pesar de tratar también un episodio de injusticia contra los nativos norteamericanos, lo suyo pasa antes por el filtro de la cinematografía.
MÁS VILLANOS QUE HÉROES
Ambientada al inicio de los años 20, Ernest Burkhart (Leonardo DiCaprio) es un veterano de la Primera Guerra Mundial que ha regresado a EEUU para rehacer su vida. Tipo elemental y básico, su oportunidad de prosperar la descubre al acudir donde su tío William Hale (Robert De Niro), un magnate muy apreciado en el Condado de Osage, quien lo alecciona para que se aleje de la "mala vida". Convertido en vulgar chofer, Ernest pronto descubre que la comunidad india local se ha enriquecido gracias al petróleo abundante en sus tierras. La clave para alcanzar el éxito consiste en casarse con alguna nativa para aspirar a heredar su fortuna, detalle que no se hace tan difícil ante la ola de extrañas muertes y asesinatos que los indígenas sufren a manos de la clase blanca, pero que son cuidadosamente planeados por los poderosos para permanecer impunes ante la ley.

El escenario que Scorsese nos presenta no difiere mucho de la convulsión social planteada en varias de sus películas, en las que sus protagonistas, ya sea por un impulso moral o el simple deseo del dinero fácil, sienten la necesidad de salir adelante y dejar su triste condición. Desde esa perspectiva, el Ernest que compone con acierto Leonardo Di Caprio, se ve atrapado en un juego que lo sobrepasa. Su cálculo al seducir y casarse con la nativa Mollie (una sorprendente Lily Gladstone), pasa de un deseo aspiracional a verse prisionero en un andamiaje mayor en el que su tío William es la mente que todo lo maquina con mucho cuidado y escaso pudor. Las imágenes iniciales, que desde una mirada documental despojan a sus protagonistas de la solemnidad de los retratos de época y los acercan luego con singular calor al espectador, es su manera de interiorizar un conflicto que encuentra sorprendentes ramificaciones con gran parte de la política de estado actual de los EEUU.

Ernest Burkhart (Leonardo DiCaprio) y su esposa Mollie (Lily Gladstone)
Así, la narración pasa por un ambiente de falsa convivencia y armonía que enmascara un siniestro y real propósito: que cada marido complote para acabar con la vida de su respectiva y millonaria cónyuge. Mientras Ernest encuentra su propia prisión al sufrir la doble presión de ceder a las ambiciones de su círculo familiar e ir contra una mujer que ha acabado amando, ni siquiera imagina que él es tan solo una pieza menor en un juego en el que los capos del lugar comienzan a rebasar los límites de la tolerancia ante crímenes cuyos propósitos son cada vez más groseramente evidentes. Ese nivel de impunidad al que ni siquiera un proceso judicial por encargo mismo del presidente es capaz de dar cabal justicia a las víctimas, se confunde con décadas en la que las diversas administraciones estadounidenses han jugado desde el frente interno al externo imponiendo un modelo de supremacía moral detrás de una fachada de ideales democráticos y de igualdad.

La sutileza con la que Scorsese hace su crítica adquiere un impulso más allá de un lío doméstico sobre intolerancia e injusticia, siendo la natural condición con la que la Casa Blanca ha impuesto una política a sangre y fuego en el Medio Oriente y muchos otros rincones del mundo. La figura de este William Hale que Robert De Niro interpreta magistralmente y referencia por momentos a otros personajes del universo scorsesiano como el James Conway de "Goodfellas", termina siendo la de un líder conciliador y humanista en las apariencias, pero feroz y descomunal por su capacidad de intriga y sus no pocos apetitos, reflejo inequívoco de los juegos de poder de su propio gobierno y de la prédica capitalista exacerbada que llega al crimen aplastando a minorías para poder conseguirlo. Sin duda, es la caracterización más poderosa de la película.

William Hale (Robert De Niro) y su manipulable sobrino Ernest (Leonardo DiCaprio)
Otro aspecto que resulta muy apreciable, en general, es el manejo del elenco. A las excelentes caracterizaciones que ya he mencionado, sumaría el notable trabajo con los secundarios. Scorsese no ha dejado pasar un detalle aquí y es que se nota hasta en los papeles más pequeños, su minuciosidad por dar a cada personaje el gesto y la dicción precisa, consiguiendo enriquecer su variopinto universo desde la mirada a los nativos Osage con características que oscilan entre el calor familiar hasta el desenfado y la perdición, la aparición de villanos que se muestran tan calculadores como demenciales o taciturnos, o personajes que operan como simples comparsas de este siniestro statu quo, invadidos varios de ellos de un chocante nivel de cinismo y de una escalofriante normalización ante los hechos criminales.
El tramo final de la historia se reserva la aparición de secundarios de lujo como Brendan Fraser y John Lithgow en ambos lados de una contienda que sale de los terrenos del western y la mafia, para ingresar a un visceral drama judicial y cuya corolario es la visión de época a través de un medio masivo como la radio para dejar constancia del espectáculo que supone una noticia con impactante rebote, pero que el tiempo se lleva hasta dejarla en el absoluto olvido. Aunque al comparar a "Killers of the Flower Moon" con joyas de este director como "El Toro Salvaje", "Taxi Driver" o "El rey de la comedia" pueda sonar injusto, se trata de un vigoroso regreso de Scorsese con una obra que se sitúa en lo mejor que ha producido en la segunda parte de su carrera junto a "Gangs of New York", "Silencio" o "Los Infiltrados", dando cuenta de su sobrado oficio para los géneros y en el que colaboradores habituales suyos como el director de fotografía mexicano Rodrigo Prieto y la editora Thelma Schoomaker, vuelcan su experiencia con comodidad.

Director Martin Scorsese dando indicaciones a Lily Gladstone.

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